Un buen espejo

¿Cómo se hace para promover la adopción de chicos que necesitan una familia, aunque no representen al niño ideal que está deseando la mayoría de los que se inscriben para adoptar?

Las estadísticas provinciales ­vinculadas al proceso de adopción resultan un buen espejo para mirarnos. Tendemos a pensar la adopción como un acto de amor. De hecho, se suele designar a los adoptados como “hijos del corazón”. Pero si la ­observamos desde lo cuantitativo, resaltan otras cuestiones.

Está disminuyendo el número de inscriptos. Mientras en 2015 hubo 285 inscriptos, en 2016 apenas hubo 140. La mitad. ¿Cómo entender tamaña reducción? ¿Disminuyó el interés? ¿Aumentaron las opciones de la fertilización asistida?

De todos modos, los inscriptos todavía superan con creces la cantidad de niños en condición de ser adoptados. El problema es que la gran mayoría quiere bebés o niños menores de 3 años (unos tres mil), mientras que casi ninguno está dispuesto a adoptar mayores de 10 años (sólo 59).

Visto así, faltan bebés, pero pueden sobrar púberes y adolescentes. ¿Por qué?
Para los especialistas, estos números pueden relacionarse con las satisfacciones narcisistas que brindan los más pequeños y la fuerte tolerancia a la frustración que es necesaria para tratar con chicos grandes que tienden a desconfiar de los adultos.

¿Cómo se hace para promover la adopción de chicos que necesitan una familia, aunque no representen al niño ideal que está deseando la mayoría de los que se inscriben para adoptar?

Una crítica habitual es que los trámites de adopción son demasiado largos y ­complejos. Tardan mucho tiempo, contemplan muchas variables, la espera puede llevar años.

Si dejáramos de lado, por un instante, nuestra regular queja frente a los tiempos de la Justicia, tal vez alcanzaríamos a vislumbrar que alguien tiene que velar por los derechos de esos niños y poner en duda nuestro deseo.

Un menor no puede ser entregado por medio de un trámite exprés a quien esté primero en la lista de adoptantes. Antes hay que agotar las instancias de reinserción familiar; después, analizar al adoptante en sí mismo y ver si es compatible con el niño que aguarda la adopción.

Sin ir más lejos, en este momento hay en el país 152 niños que no encontraron familia tras haberse agotado el cotejo con los registros de inscriptos. Son grupos de hermanos, adolescentes o niños con dificultades de salud. Para ellos, no hay adoptantes. Aunque haya miles esperando desde hace años.

Sin dudas hay muchas cosas en el proceso de adopción dignas de ser modificadas para que el Poder Judicial cumpla mejor su función y los niños estén más contenidos. Pero de poco servirán esas reformas si los adultos que se inscriben no comprenden en profundidad todo lo que allí se pone en juego de ellos mismos.

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