Victoria lleva a su hija de dos años a uno de los colegios más prestigiosos de España. Está en una urbanización de las afueras de Madrid, a una hora larga de camino de su casa y hace ese trayecto cada día desde que la niña era solo un bebé de meses.
Madrugones, atascos y encaje de bolillos organizativo para que pase allí escasamente cuatro horas. En ese centro de estudios ofrecen desde los cero años un programa de enseñanza en inglés e introducción al chino mandarín. Y también hacen, claro, lo que en cualquier otro: dibujan, juegan, cantan, practican deporte, aprenden las formas y los colores…
«La formación comienza desde la cuna. Hay que aprovechar esa capacidad asombrosa de aprendizaje y, cuanto antes empiecen, más preparados estarán. Su futuro depende de ello», opina Victoria mientras hace cuentas de memoria: la inscripción y la matrícula aproximadamente 500 euros, y después, una factura mensual de algo más de esa cantidad. No es millonaria, pero tanto ella como su marido ocupan puestos de trabajo bien remunerados y desde antes de ser padres dejaron claro que querían invertir en el futuro de su descendencia. «Por eso decidimos tener solo una, para no escatimar en gastos, sobre todo educativos».
Aseguran los expertos que la obsesión por la educación y la competitividad se exacerba en tiempos de crisis. El sociólogo alemán Berthold Vogel reflexiona sobre esta creciente tendencia en su libro ‘El ocaso de la clase media’. La precariedad del bienestar: «Estamos ante padres que intentan combatir sus propias carencias formativas con un exceso de celo. Se sienten vulnerables ante el paro y agobiados por el futuro. El temor a que sus hijos no consigan alcanzar su propio nivel de vida les lleva a ofrecerles una agenda formativa perfecta y a contagiarles su afán competitivo».
La obsesión por la escuela infantil de sus hijos es tal que está impulsando, entre los más adinerados, un nuevo negocio: el de las agencias de asesoría para diseñar los perfiles escolares de niños de pocos años, o incluso de meses. En España no se ha definido (aún), pero en ciudades como Londres o Nueva York, donde la llegada de nuevos multimillonarios procedentes de Asia, América, Oriente Medio o Rusia han desestabilizado más todavía el débil equilibrio entre oferta y demanda, los diseñadores de futuro se cotizan al alza. Empresas como Bonas MacFarlane (perteneciente a la familia de Cressida Bonas, que fue durante años la novia del príncipe Harry de Inglaterra), Holland Park Tuition & Education Consultants o Educate Private cobran miles de libras por asesorar a sus clientes, optimizar al máximo sus posibilidades de ser admitidos en el centro educativo deseado y trazar con tiralíneas su camino hacia un futuro de éxito.
Una madre de Notting Hill, uno de los barrios londinenses más cotizados, lo relata así en su blog: «Me di cuenta de lo competitivo que era ese mundo cuando otros padres me contaban que llamaban a la guardería una vez al mes e incluso les mandaban regalos, tarjetas, fotos de sus hijos, galletas… Tienes que visitarles continuamente y decirles lo mucho que te gusta el centro y dejar caer nombres de posibles influencias o de otros padres con niños matriculados». Ese es el juego en el que hay que participar si quieres que tus hijos entren en Acorn, Minors Nursery, Strawberry Fields, Ladbroke Square Montessori o Miss Daisy’s y, que de este modo, compartan pupitre con príncipes, vástagos de magnates, de miembros de la nobleza, políticos y altos directivos de la City. Un pase VIP para los mejores colegios y las universidades internacionales donde se forman las élites y una garantía para no ser jamás un don nadie, ya que estas instituciones académicas cuentan con una sólida red de antiguos alumnos que llenarán las páginas de una agenda muy valiosa. Tal vez los niños sacarán provecho en el futuro a estos compañeros del presente, pero tanto esfuerzo no es solo por los chavales: mientras ellos pintan con los dedos ajenos a preocupaciones sobre su porvenir, en las reuniones del colegio, festivales, cumpleaños y hasta en las gradas durante los eventos deportivos, los padres tejen las redes de sus propios ‘business’ y acechan en busca de contactos políticos, inversores para sus proyectos o clientes de sus negocios… Todos ganan.
La misma neurosis competitiva ha invadido la Gran Manzana. En un mundo dominado por la cultura del éxito, entrar en preescolar es más difícil que ser admitido en Harvard. Esa es, precisamente, la premisa de ‘Nursery University’, un documental que sigue a seis familias de diferentes ámbitos sociales en su viaje para encontrar plaza en una escuela infantil. En él se ve a una madre a la que el mundo se le viene abajo cuando recibe una carta de rechazo de su guardería favorita, a padres rompiéndose la cabeza para rellenar formularios de solicitud que demuestren la brillantez de sus bebés, pruebas de inteligencia a personitas que todavía usan pañales, parejas que ya vislumbran cómo será el primer año de sus bebés en la universidad de Yale…
En Nueva York, como en España, la mayoría de los colegios infantiles más caros y prestigiosos forma parte de centros que tienen también educación primaria y secundaria, y donde los estudiantes pueden permanecer hasta que vayan a la Universidad. «Las vacantes son raras, así que si a los tres años estás dentro, estás dentro. Si no, te quedas fuera», explica uno de los asesores más reputados de Manhattan. Y cotizados: su empresa, Aristotle Circle, cobra 400 dólares por 45 minutos de observaciones y consejos. Emily Shapiro, que se presenta a sí misma como ‘coach’ de admisiones en preescolar, ofrece diversos servicios según las necesidades del cliente. Hablará por teléfono con los padres por 150 dólares la hora o en persona por 250. También imparte talleres y charlas en grupos pequeños por 400. Puede parecer mucho, pero es solo un grano de arena en el cómputo general. En los mejores parvularios de Nueva York la tarifa no baja de los 25.000 dólares anuales, solo por las mañanas, y las más selectas llegan hasta los 40.000. Echen cuentas de lo que supondrá la factura escolar antes incluso de alcanzar la edad de la escuela primaria.
Victoria asiente con la cabeza al escuchar las cifras. «En España los precios no son tan altos, pero si lo fueran y pudiera pagarlo, lo haría. No hay nada mejor en lo que gastar el dinero que en educación. Esa es nuestra opinión». Y, de paso, iniciar una buena red de contactos… ¿Tan importantes son? «Sí, claro. Quien diga que no, no vive en este mundo».
En España los centros más reputados son: Montessori, Montserrat, San Patricio, Colegio Base, Liceo Europeo, Montfort, Centros Sek, King’s College, American School… y otros (todos en la lista de los 100 mejores colegios de El Mundo y en la Guía de los Mejores Colegios auspiciada por Infoempleo) ofrecen en su menú educativo idiomas, tecnología, ordenadores y pizarras digitales como herramientas de trabajo cotidiano, con software educativo específico para diversas materias… Pero la calidad de la formación es solo uno de los objetivos de los padres que pretenden dar a sus hijos una ventaja que los haga destacar entre el resto y tener el máximo de opciones para triunfar. Hay otro que es igual de importante: los contactos. En algunos de estos colegios el niño jugará y pronunciará sus primeros balbuceos en alemán, inglés, francés o mandarín junto a nietos de baronesas y de duquesas, parientes cercanos del Rey o futbolistas cotizadísimos, ministros, presidentes, empresarios de postín, actores y artistas…
Por todo ello, encontrar plaza en esos reputados centros es difícil. En los concertados, cada año se desatan las mismas batallas de puntos, requisitos y opciones. Y en los de adscripción privada, la competencia también es feroz porque hay poca oferta para una demanda creciente (a pesar de que las tarifas, en general, se sitúen entre los 5.000 y los 20.000 euros anuales, extras aparte). «El prestigio de un centro suele ir unido a su exigencia en los procesos de selección y, por lo general, cuanto más complicado es el acceso, mayor es el número de estudiantes que desean una plaza», señalan los expertos que han elaborado la ‘Guía de los mejores colegios de España’. Aunque algunos de los más elitistas no tienen educación infantil (de tres a seis años), sí suelen contar con acuerdos o preferencia por los niños procedentes de determinados centros, así que las listas de espera son largas.
La educación obligatoria no comienza hasta los seis años, pero raro es el padre que alarga el ingreso de sus hijos en la vida escolar más allá de los tres. «Si no, olvídate de tener plaza en el colegio que quieres y, aun así, a esa edad muchas veces ya es demasiado tarde, por eso muchos van a la guardería para asegurarse el puesto», explica Victoria. Y no es que el parvulario sea tan crucial para su formación, pero «un aspecto interesante, que no siempre se toma en consideración, es la relación del colegio con universidades o centros de formación superior. Este tipo de convenios puede significar que el ideario del centro tiene su prolongación en una universidad y que sus estudiantes gozarán de prioridad en el acceso», aclara la mencionada guía. Y ese es, efectivamente, uno de los argumentos que esgrimen las escuelas infantiles y que los padres persiguen. «El cien por cien de los alumnos que terminan nuestro ciclo educativo consigue una plaza en la universidad deseada», dice la presentación de un cole en su web.
Beatriz García Manso
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